jueves, 27 de julio de 2017

La Medicina del Sapo

Antes de conocerle, uno puede esperar un charlatán (la desconfianza tras tantas sustancias pesudomilagrosas nos han hecho escépticos y los recelos se desatan acerca de todo lo que se englobe bajo el amplio paraguas de “drogas” ). Pero Octavio Rettig, médico cirujano y partero, mantiene un discurso argumentado. Es un doctor mexicano que investiga las propiedades terapeúticas de le bufotenina o 5 MeO DMT. Ha venido a España a dar esta sustancia a un grupo. Presencié el ritual y hablé con él. Al finalizar la entrevista, me preguntó tímidamente, “¿vas a tomar la medicina?”. En ese momento supe que sí. La medicina del sapo, sustancia que se extrae de las glándulas de una espécie endémica del desierto de Sonora sobre la que este doctor investiga y acerca a personas de todo el mundo con fines curativos e iniciáticos. Así fue mi experiencia:


 
Parada frente al sol, el proceso comienza con respiraciones profundas, conscientes (como he hecho en yoga tantas veces). Inicia unos cánticos, sonidos profundos, tribales y me da golpecitos en la espalda. Octavio prepara las escaras secas del sapo en una pipeta de cristal. La acerca a mi boca y me repite “aspira, aspira”. El efecto es inmediato. Según el humo llega a tus pulmones el  alma escapa como en un zoom de cámara, una fuerza centrífuga parece absorberte. Fundido a negro. Vienen un aluvión de caras, te miran, entran por tus ojos. Son gente conocida, otros olvidados. Pierdes la conciencia de tu cuerpo, el aquí, el ahora, el antes, el pasado, lo remoto, lo antiguo, todo se mezcla. Algo te abandona. Algo te posee. No sé decir el tiempo transcurrido, no sé si importa. Luego me dijeron que no habían sido más de cinco minutos y que estaba como sumida en una dulce sensación. Yo sentí que algo me sacudía fuertemente, me vapuleaba violentamente pero no se exteriorizó. Otras personas que contemplé en el trance sí se retorcían en el suelo y gritaban o se llevaban manos a la cabeza.
Es un viaje iniciático, viaje a lo a lo primigénio. Imágenes agolpadas, en una sintaxis propia. La mente que se rebela, quiere controlar, quiere conducir, como hace siempre, como cada día. El espíritu lucha, lucha hasta que le dejas hacer y, entonces, todo se aquieta. Vi un canal, una espiral con figuras geométricas al fondo, de un azul muy vívido, muy brillante. Sentí que atravesaba un canal. Renacer, lo llaman algunos. Abrir los ojos a ese nuevo, recuperado, reinterpretado nuevo mundo.
Busqué la cara de él. Octavio. Lo reconocí y supe que había vuelto. Me esperaba. Lo sentí, me había cuidado, tocado, cantado, masajeado mis miedos y acompañado. Me había entendido, lo sentía (Él aspira un poco en cada toma de cada persona, “eso me ayuda a vibrar en la misma onda”, asegura). Me esperaba con una sonrisa, las manos juntas sobre el pecho. Sentí hacia él un profundo agradecimiento. Le agradecí el ritual, el compartir esa sensación que intuía, mostrarme, llevarme, cuidarme… Una gran sonrisa, paz, compresión… pero no sé de qué, de todo, de nada. Y un gran abrazo, de varios. Las chicas del grupo se unieron. Y reconocí a una de ellas. Había ido antes del mí en el viaje y la veía por primera vez, no había habíamos hablado nunca pero la reconocí, “de lo antiguo”, como dice ella. La conexión, mutua, que viene de…no sé decir pero que en cualquier caso está. Sentir que sintonizas con alguien desconocido te invade. Conectas con todos, con el entorno. Pasados los días la sensación continúa.




Resulta difícil de explicar. Las palabras se quedan pequeñas o suenan a clichés de alucinógenos, de drogas. Pero esto no es una droga lúdica, es más iniciática, es un medicina ancestral, como me explicaba por la mañana el doctor Octavio Rettig. Luego le entendí. Aunque este médico mexicano lleve nueve años investigando; aunque haya dado 8.000 dosis a 5.000 personas y la haya tomado muchas veces, tampoco le resulta fácil de contar y advierte que no es algo que pueda recomendar a todo el mundo.
Desde afuera puede parecer, como quizá en este testimonio, un  panfleto manido sobre drogas alucinógenas. No es cuestión de hacer apología, ni de empujar a nadie a probar, ni convencer, no hay certezas, solo intuiciones. Cada uno sabe. No es una droga recreativa, asusta. He visto gente retorciéndose, echando espumarajos por la boca, con los ojos perdidos y la voluntad abandonada. He visto como largos minutos su cuerpo se retorcía y parecían mirar cara a cara a algo horrible. Luego llegaba el relax.
Reconozco que también he sentido que me traía una paz, una compresión amplia, empatía y sensación de comunión con otros. Ha sido más que tomar una droga, he sentido que participaba en un ritual atávico, inducido por el sol y el entorno, los cánticos ancestrales. Pasan los días y sientes paz, serenidad y una ilusión que no sabes de donde viene, como cuando empiezas a enamorarte y la sonrisa te brota espontánea. Ves las cosas de otra manera. Como cuando mirabas esas láminas en tres dimensiones que tan populares se hicieron hace unos años, que de un primer vistazo se veían planos y tras unos segundos de perder la vista lograbas extraer volúmenes. Una vez aprendido, ese gesto te permitía ver sin esfuerzo la tercera dimensión. El doctor Rettig admite que esa forma de verlo todo permanece en el tiempo, utiliza el simil de la película Mátrix para tratar de explicar el proceso de toma de conciencia de otra realidad.
Según pasa el tiempo, esa alegría que no sabes de donde viene se asienta tímidamente. Acerca de las drogas hay mucha hipocresía, el alcohol tiene efectos más devastadores que la sustancia que viene de un sapito amenazado del desierto de Sonora. Pero está socialmente admitido. He visto a gente vomitar tras un botellón o una boda y hasta perder la conciencia. Nadie se escandaliza pero los consejos paternalistas te llueven si les hablas de una experiencia que no saben cómo clasificar. No es bueno para todos y no lo es sin las manos que te guíen en el trance ni animaré a nadie a que coja un sapo y lo encierre en un tarro (como he leído en un foro de internet que ha hecho un mexicano que vive ahora en el desierto de Sonora y pedía consejo para conseguir la sustancia alucinógena). Nada de eso, pero hay algo en la experiencia digno de ser compartido y una sabiduría ancestral que no basta con tacharla de “otro colocón más”.
La medicina del sapo es una sustancia que se extrae de las glándulas de una especie que solo se da en el desierto mexicano de Sonora. Es un raro animal, que sale de su guarida dos meses al año. Es el momento que se aprovechan para sacar el líquido que luego se seca al sol. No se manipula de otra manera. La extracción no daña al animal.
El doctor Octavio Rettig ha creado la Fundación OTAC (nombre que los indios seri dan al sapo y que curiosamente coincide con las cuatro primeras letras de su nombre, como si eso fuese una señal) para recuperar al Bufo Alvarius. Es una organización sin ánimo de lucro que sufraga sus investigaciones sobre los poderes de la sustancia. Este chamán, denominación que no le gusta porque, dice, él no tiene poderes curativos, recorre el mundo para compartir el ritual que saca a personas de adicciones y ayudar a otras sin problemas de consumo a través de una toma reveladora. Él dice que la medicina del sapo le ha salvado la vida dos veces. “La primera, me ayudó a abandonar mi adicción al crack; la segunda, cuando me picó una araña venenosa para la que no había antídoto, era mi sistema inmunológico el que debía luchar. No mejoraba, tenía dolores que no me permitían dormir y soñé que me la amputaban. Después de dos años de tener guardada la medicina del sapo, volví a tomarla para descansar. Al día siguiente, había mejorado un ochenta por ciento. Los médicos que me habían atendido comenzaron a interesarse por la sustancia y pedí los permisos a las autoridades sanitarias para comenzar una investigación documentada”, cuenta. Sus estudios le han llevado a reclamar que no se englobe todas las sustancias bajo una única denominación de “drogas”. “Hay mucha confusión y las personas piensan que es lo mismo una medicina que un veneno, que es lo mismo el peyote que la heroína y no lo es. Este equívoco lleva a la gente a envenenarse y provoca graves problemas de salud pública en todo el mundo”, mantiene el doctor Rettig.



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Fuente: interviu.es